Luisito Comunica, uno de los youtubers más seguidos de habla hispana, viajó a Cuba con cámaras en mano y la libertad de moverse sin restricciones. Lo que comenzó como una visita aparentemente neutral terminó exponiendo una realidad que el régimen prefería mantener oculta. En lugar de reforzar la imagen oficial del país, sus videos desataron una ola de críticas, reflexiones y, finalmente, una disculpa pública que dejó en evidencia la profunda crisis que vive la isa.

La Habana, Cuba
23 MAY 2025 – 03:00 (CEST)
Cuando el influencer mexicano Luisito Comunica publicó su video sobre la comida en Cuba, no esperaba la reacción que recibiría. El capítulo, parte de su serie “Luisillo en Gordillo”, mostraba al youtuber degustando platos típicos como ropa vieja, langosta, cerdo asado y varios postres en restaurantes privados de La Habana. Pero más que hambre, lo que despertó fue indignación. La mayoría de los cubanos que vieron el video no reconocieron en él su realidad. “Eso no es la Cuba que yo vivo”, escribió un joven de Santiago de Cuba. “Tengo 35 años y nunca he probado la ropa vieja. Me da risa el nombre porque en mi casa lo que comemos es arroz con huevo día sí y día también, cuando hay huevos”, añadió.
https://youtu.be/UCdo2lUjMkw?si=mMe8EBtcgujC8EFS
Luisito, con más de 44 millones de suscriptores, no es cualquier turista. Lo que él muestra en su canal tiene alcance global. Por eso, muchos cubanos se sintieron dolidos cuando vieron que su país era retratado a través de un menú que ellos no pueden pagar. En una isla donde el salario promedio no llega a 20 dólares al mes y un litro de aceite puede costar el equivalente a tres días de trabajo, la comida que aparece en el video es un lujo, no una muestra de lo cotidiano.
Una visita conveniente para el régimen, hasta que se le fue de las manos
La entrada de Luisito Comunica a Cuba no fue fortuita. El régimen sabía de su llegada y la permitió, como ha hecho antes con otros influencers que le resultan útiles para su estrategia propagandística. Al gobierno cubano le convenía mostrar, a través de una figura internacional, una isla “normal”, con restaurantes acogedores, platos bien servidos y calles tranquilas. Era una jugada de relaciones públicas, un intento de limpiar la imagen del país en medio de una profunda crisis económica, migratoria y social. Luisito, sin saberlo, se convirtió en una herramienta para ese fin, por eso se le permitió grabar sin restricciones. Nada de operativos incómodos, ni vigilancia evidente: todo estaba preparado para que él se llevara una versión “amable” del país.
El régimen esperaba que se limitara a mostrar los hoteles, las zonas turísticas y los espacios controlados donde la imagen de Cuba puede ser más favorable. Pero Luisito decidió ir más allá y salir a la calle. En sus videos mostró la dura realidad que viven los cubanos día a día: la conectividad a internet lenta e inestable que limita la comunicación y el acceso a información; la escasez crónica de alimentos en las tiendas y supermercados oficiales, donde las largas filas y la falta de productos básicos son frecuentes; los apagones constantes que afectan hogares y centros de trabajo; y las condiciones precarias en que muchas personas habitan, incluso en locales en peligro de derrumbe.
Luisito no solo mostró los “paganoles”, esos espacios privados donde la comida es cara y exclusiva, sino también la otra cara de la moneda: una población que lucha por sobrevivir entre carencias y limitaciones. Esta mezcla de lujo para pocos y precariedad para la mayoría fue lo que realmente tomó por sorpresa al régimen. No esperaban que un visitante con tanta audiencia global expusiera esta realidad tan compleja y contradictoria, que desafía la narrativa oficial.
Lo que el régimen no esperaba era que, después de publicado el video, Luisito recibiera una avalancha de comentarios de cubanos indignados, que lo hicieron reflexionar públicamente. No calcularon que, en lugar de reforzar su narrativa oficial, el resultado fuera todo lo contrario: una disculpa internacional que dejaba claro lo que el poder lleva años intentando ocultar: que en Cuba, comer bien es un privilegio inalcanzable para la mayoría. Luisito mostró imágenes de platos tradicionales que muchos cubanos solo conocen por nombre y captó la frustración de quienes no tienen ac.ceso a esos alimentos. Los videos se hicieron virales, generando debates en redes sociales tanto dentro como fuera de la isla. Esa realidad, que mezcla privilegios y carencias, fue recogida masivamente por una audiencia global, y eso dolió al régimen.
A otros, ni entrada ni libertad
El trato hacia Luisito contrasta con lo que han vivido otros creadores de contenido. La influencer mexicana Carolina Díaz, del canal Badabun, viajó a Cuba en 2022 y publicó un video titulado “Mi primer día en Cuba”, donde mostró la precariedad, el desabastecimiento y la tristeza en las calles. La respuesta fue rápida: fue vigilada, presionada y forzada a borrar parte de su contenido, hasta el momento no ha regresado a la isla ¿quien lo haría con una experiencia así? Otros youtubers han sido directamente vetados o detenidos. Quien no siga la línea oficial o exponga la otra cara de la moneda —la del hambre, la escasez y el control— es tratado como enemigo.
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